Es extraño que comience la primera entrada de un blog citando a Antonio Banderas, pero creo que la ocasión no puede requerir una cita más apropiada que la que el actor soltó con gracejo en el programa de Jesús Quintero, hará una década más o menos: "Hoy en día, ser artista resulta casi hortera".
Tengo la sensación de que en un par de milisegundos decidió no ser tan franco y colocó el "casi" por si acaso ofendía a alguno de sus susceptibles colegas de farándula, pero lo cierto es que yo sonreí por mera simpatía, hacia él y hacia su reflexión, la cual no voy a extender porque está perfectamente sintetizada.
Por aquel entonces contaba yo con tan sólo veintipocos años. Digamos que aún quería ser artista, por vocación y por encorsetamiento académico. Lo primero heredado y lo segundo impuesto de modo que ambas razones acabaron conviviendo hasta convertirme en un aspirante al artisteo con algún que otro tic modernísimo.
Y aquella frase se convirtió en inquilina con contrato indefinido, yendo y viniendo por mi chola como un perroflauta descontrolado. De vez en cuando aparece y esta vez ha desembocado en querer escribir, creo que porque mi migración a Asturias me ha desprovisto del momento social más añorado, ósea, birra y conversación. De tetas o de Nietzsche, si es posible a partes iguales para no sentirme un cerdo o un gafotas. Prosigo:
Mamá, ya no quiero ser artista. No quiero entrar en un saco de mierda que antaño fue una bordada petaca engastada con joyas demasiado exclusivas para mi gusto. Debe ser por nuestra querencia por los extremos que hemos perdido la palabra. Y no exagero, la hemos perdido o al menos hemos modificado su significado hasta tal punto que ya es un comodín que aparece para suplantar a casi todas las barrabasadas nacidas de este arma de doble filo llamada "libertad de expresión".
Resumiendo y siendo explícito: a cualquier zoquete con ínfulas de querer expresar simulacros cabareteros le hacen merecer el maldito apelativo. O se autoproclama como tal, cosa más grave aún. Desde el subproducto de casting televisado hasta el atontadísimo moderno de turno que tras esnifar cocaína con un galerista y leerse tres veces la revista coyuntural de últimas tendencias cree que va a mear conceptos incontestables.
También la sabiduría popular, por llamarlo de algún modo, ha hecho lo suyo. Recordemos el etílico cántico de taberna ya clásico de "¡ereh un artihtah!", lanzado sin control hacia cualquier soplagaitas con cierta habilidad por cualquier monería. Quizá ustedes piensen que este ejemplo está exento de malicia y que es hasta bonachón, pero es precisamente esa gratuidad la que ha desgastado el término. Pónganla en un bar, en un prostíbulo o en las Cortes que casi siempre tendrá el agravante de violación académica.
Y para acotar un poco el término, vayamos a su raíz, la palabra 'arte':
El arte, para ser tal debe presentar un contenido conceptual por medio de un soporte físico. Lo primero sin lo segundo es filosofía, y lo segundo sin lo primero es artesanía. No se molesten en buscar el origen de esta definición porque es de servidor. Por lo tanto, un artista es un ser humano (en la mayoría de los casos) que plasma en un soporte físico un concepto. Esta es la manera más global de definirlo, aunque ya lo sé, a malas y con calzador pueden entrar en la acepción todos los farsantes que queramos, y por ese motivo los griegos que eran muy listos inventaron la medida o el canon, (otra palabra que se las trae).
Entendemos como canon en el arte a un complejo conjunto de normas que rigen todas las manifestaciones artísticas para que estas dispongan de proporción y equilibrio. Estas normas se aprenden, en algunos casos son innatas y en casi todos ambas cosas. De manera que sí, el autodidacta también tiene su hueco, porque la academia no es la salvación, lo es la medida. Apréndanla donde les venga en gana, pero apréndanla, para respetarla o para romperla. Si la respetan, bien hecho, y si la quebrantan espero que tengan una buena explicación, porque quizá saltarse bien las reglas sea más difícil que usarlas bien.
Todo lo demás, lo siento mucho, es una farsa. Potros desbocados de la expresión que corretean como pollos sin cabeza para nuestra desgracia, tanto por el lado de la creación como por el de la crítica. Soporto igual de poco al crítico que encuentra trascendencia en la tendencia más caduca que al analfabeto que esputa contra cualquier representación de arte moderno como si realmente dominara esa menestra de mierda que tiene por neuronas. Total, el listo por listo y el tonto por tonto.
Concluyo pidiendo y casi rogando: Déjennos en paz. Si quieren entrar en este mundo para aprender en calidad de creadores o de espectadores, bienvenidos. Si en cambio quieren subirse al carro del arte sin habérselo ganado y además quieren el título de artista, quédenselo. Yo ya no lo quiero, que uno no tiene cuerpo para ponerse harapos pestilentes. Nos veremos obligados a inventar de nuevo la profesión para observar con media sonrisa el ultraje desde un lugar seguro.